por Kerejeta el Dom Jun 08, 2008 10:33 am
Me contaron una vez una historia. Érase una vez un periódico que gozaba de una sólida implantación. Tenía que hacer juegos malabares para mantener un equilibrio entre sus lectores, que pertenecían a ideologías varias, que le permitían mantener una sólida posición. No era fácil pues se movía en una pequeña provincia fracturada por profundas divisiones, pero su habilidad y, también hay que decirlo, una cierta pluralidad en su seno, motivaban que fuera el periódico de referencia.
Pero en estas llegó un outsider, un intruso de fuera del sistema que les desafió en un tema aparentemente banal como era la presidencia del club de la provincia. Dicho periódico reaccionó con destemplanza, con rabia y pasión, y toda su asepsia se fue al traste en este tema. La cuestión no era banal pues había que dejar claro y ostensible quién era el que mandaba, a lo que se añadía cuestiones particulares como era la probada afición de su director a erigirse desde la sombra en el poder real de dicho club. A ello le ayudaba algún vividor que se servía del susodicho para continuar disfrutando de determinadas prebendas.
Esa falta de mesura les llevó a mantener una política arbitraria, tendenciosa y manipuladora, perdiendo absolutamente una las características que le habían caracterizado como era su (relativa) ecuanimidad. Se implantó en el tema futbolístico el “todo vale”, con tal de perjudicar y erosionar a ese presidente que había sido elegido mayoritariamente, pero como los malos perdedores o los no demócratas, dicho periódico no aceptó semejante resultado y desde el día siguiente de la elección comenzó esa labor de socavamiento.
Mi narrador me contaba que en esa especie de locura en la que se habían metido les condujo no sólo a atizar permanente a ese outsider, sino, de paso, a perjudicar gravemente al club de esa provincia. Para ello se servían de unos fabuladores que escribían al dictado y, también, de ciertas torpezas del outsider.
Pero el colmo de los colmos, según el narrador, llegó cuándo ante una noticia documentada y de extraordinaria gravedad y que podía beneficiar al club, la postura del periódico fue primero ignorarla y después desautorizarla, dejando por enésima vez claro que antes estaba su interés por descabalgar al elegido, que el bien del club de la provincia.
El que me contaba todo esto estaba triste: él había sido lector del periódico durante muchos años (ya no lo compraba), y, además, era hincha de ese club. Le tuve que explicar que en este mundo no cabe ser ingenuo y que para determinados sectores las adhesiones emocionales están subordinadas a sus intereses de poder. El me miró con una mueca de resignación y se fue a animar a su equipo en un domingo trascendental.