D.T.: "¡CON LA VIDA MISMA!"

D.T.: "¡CON LA VIDA MISMA!"

Notapor dick-turpin el Mar Oct 10, 2017 8:24 pm

Como auténtico bandolero tenía un sentido peculiar del mundo. Lo concebía como un lugar común donde las fronteras eran imposiciones interesadas para facilitar la gobernabilidad de los territorios, repartir mercados entre pocas manos y distanciar entre sí grupos con la misma problemática, disminuyendo así su fuerza.
Cada vez creía aún menos en las delimitaciones geográficas y en los símbolos que las representaban, por los que algunas personas decían estar dispuestas a tanto, sin que les llegara el momento de demostrarlo.
Por ello, su posicionamiento era de pura reacción. Estaba seguro de sus símbolos porque sabía cuáles nunca lo serían, por más que se empecinaran en imponérselos y a fe que lo habían hecho. Este empeño y su convencimiento eran los que le empujaban a aferrarse a los suyos con más fuerza aún que la que su simple razón podría proporcionarle.
Pero era consciente de su alcance. Nada era superior por ser lo suyo, ni nadie era ni merecía más por pertenecer a su mismo grupo.

Estos pensamientos le vinieron a la cabeza al reconocer en una mesa del otro extremo a Arnie “Scots” McAuly, inventor del sistema de pago “a escote” (viewtopic.php?f=19&t=888441), quien llevaba algún tiempo informándole de la organización de un nuevo levantamiento jacobita, con el que, de resultar como esperaban, su pueblo se independizaría de Inglaterra.
Y esa era la fecha fijada para la intentona. Había llegado el día decisivo.

Dick no era muy optimista en esos asuntos. No solo dudaba de su efectividad, sino que de conseguir lo buscado, en el mejor de los casos, nada le garantizaba que, tras un barniz folclórico, no se ocultaran los mismos depredadores, servidores de Mr. Money, amo frío, insaciable e influyente en todo el mundo.
Los había conocido por doquier –ninguna tierra se había librado de ellos-, proporcionándole gran placer incluirlos entre sus “clientes”.
Este sentimiento negativo se contrarrestaba con otro totalmente positivo. Era el del recuerdo de aquellas gentes que habían dedicado su tiempo y posibles a cuidar, regenerar y extender la cultura de su país, tesoro territorial y al mismo tiempo universal.
Así aquel Griffith Jones a quien había conocido poco antes dando clases de galés por las escuelas de Carmarthenshire. Se estimaba en varias decenas de miles las personas que, gracias a él, ya lo habían aprendido en esos pocos años.

En aquel momento le era imposible discernir qué era lo mejor para la venta pero, quizás por estar más en la línea de lo que deseaba para ella, sintió que esta vertiente a favor superaba la contraria y, sin dejar de mirar al encuadernador escocés, se puso en pie y permaneció estático con la jarra levantada hacia él.
El señalado rápidamente imitó el gesto, devolviéndole el saludo. Fueron dos hombres solos de pie pero durante poco tiempo, porque, aunque no se podría afirmar si habían entendido el verdadero motivo de aquello, enseguida se sumó un tercero, y un cuarto y… la totalidad de clientes, al menos los que la vista de Dick, impertérrito, podía alcanzar. De la participación de sus muchachos, sentados justo detrás de él, no cabía duda. Hacía más de diez segundos que había dejado de oír la voz de Batanero.

Es llamativa la velocidad con que puede llegar a trabajar la mente en momentos de tensión.
Dick pensó en cuántas veces había reclamado una venta de nadie, opuesta a esa que los amos utilizaban también para la propagación de ideas, frecuentemente de cara a sus intereses.
Así recordaba la muerte de aquel individuo sin oficio reconocido, hijo de un monarca expulsado por el pueblo, padre del emérito de las trompas y cuernos botsuanos (designado por la gracia de Dios) y abuelo del chico que desbancó a su propia hermana por ser mujer. Jamás había pisado “El Mirlo Blanco”.
Coincidió el mismo día del fallecimiento de un yorkiano universal, maestro de artistas.
En la venta hubo un “sentido” homenaje funerario para el primero,… nada para el segundo. Posiblemente fuera otra imposición de más altas instancias, pero al no ser informada de esto, la parroquia tuvo que asumirlo como una decisión de los dueños.
Y, en la misma línea, actos de solidaridad con causas que, con el maquillaje de humanitarismo, se programaban con un partidismo total.

No, no le gustaba que la venta se definiera en algunos temas. Precisamente su grandeza residía en su carácter transversal. Si un día lo perdiera, firmaría su propio desahucio.
Pero aquella gente, estática y jarra en mano, esperaba que alguien dijera algo y, ya que había sido el iniciador, a él le competía.
Un nuevo factor entró en la ecuación. Pensó en el derecho y el deseo de los paisanos de Arnie a manifestarse, aun conscientes de poder repetir el fracaso de 1715 y sufrir el exilio como castigo. Ya se empezaba a murmurar sobre el Highland Clearances (Expulsión de los Gaélicos) a aplicar como represalia en las Tierras Altas. Pero, ¿y si las cosas sucedían como esperaban y esta fecha se convertía en histórica?
Esta referencia a la libertad de expresión y decisión, sagrada para él como todas ellas, acabó por disipar sus dudas.
¿Cómo podría considerarse que iba contra la conducta que él reclamaba a la venta cuando clamaba continuamente por su utilización dentro de ella?

Así que se puso el mundo por sombrero y, utilizando lo primero que le vino a la cabeza, con voz alta y trascendente se arrancó con las palabras de la declaración de Arbroath de cuatro siglos antes.
“...for, as long as but a hundred of us remain alive, never will we on any conditions be brought under English rule. It is in truth not for glory, nor riches, nor honours that we are fighting, but for freedom – for that alone, which no honest man gives up but with life itself.”*
A lo que el orfeón improvisado repitió: “WITH LIFE ITSELF!”.
Tras lo cual, vaciaron sus bebidas y se sentaron. Pasados unos minutos de silencio, poco a poco el bullicio volvió a recuperar su nivel habitual… y también las jarras.

* “...porque, mientras queden al menos cien de nosotros, nunca seremos reducidos bajo el dominio inglés. No es en verdad por gloria, ni por riqueza, ni por honores por lo que luchamos, sino por la libertad -sólo por ella, que ningún hombre honesto entrega sino CON LA VIDA MISMA.”
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Re: D.T.: "¡CON LA VIDA MISMA!"

Notapor dick-turpin el Lun Oct 14, 2019 6:47 pm

Habían tenido que pasar dos largos años de los hechos –Lorene era historia y se habían realizado reformas en la venta, acudiendo más paisanos que le daban vidilla, algo que reconocía Dick aunque no le entusiasmaba el ruido por el ruido- para que los jueces del Imperio hubieran emitido su desproporcionada sentencia condenatoria contra las personas más señaladas, sentencia oficial, porque de hecho ya habían sido privadas de libertad y de las prebendas otorgadas por mandato del pueblo. El Highland Clearances barruntado no se había hecho esperar y, con esta decisión judicial recién parida, se cerraba el círculo de exterminio de los deseos de una buena parte de la población. En su soberbia y nula perspectiva social, de forma metafórica lo celebraban riendo y bailando sobre los cuerpos de los derrotados, sin mostrar el mínimo respeto hacia ellos o sus deudos.
Con un claro rictus de rechazo, el bandolero retiró a un lado de la mesa el ejemplar de The Daily Courant indisimulado feliz portador de tan deleznable noticia -no por esperada menos desagradable- y se aferró al asa de la jarra en un intento de buscar apoyo en quien nunca le fallaba.

Fue entonces cuando se percató de que tres mesas más allá Arnie “Scots” McAuly, completamente solo, daba cuenta de una pinta de cerveza cuya blanca espuma se reflejaba brillante en sus húmedos ojos azules. Aquella escena impresionó al rudo proscrito que, recordando lo sucedido dos años antes, se puso en pie, levantó la jarra y la volcó en su garganta.
Inmediatamente fue imitado por el encuadernador de libros escocés quien, rememorando aquella ocasión anterior, con voz temblorosa pero alta y grave gritó: “With life itself!”, frase que fue repetida por el coro de parroquianos.

Los ojos de Dick, víctimas de contagio, intentaban ocultar un brillo delator impropio de una persona que había tenido que recorrer todas las sendas ajenas a la moralidad para subsistir en una profesión tan sugerente como peligrosa.
Esos tortuosos caminos habían endurecido su carácter y, claro está, también su mirada, pero quedaban dos agentes que aún conseguían reblandecerlo, la libertad y la amistad, ambos en su verdadera versión.
Habían pasado dos años y las cosas seguían igual. Es más, quizás ni en otros trescientos cambiaran, pero ¿en seiscientos o…? No sabía cuándo pero sí que amanecería ese día, en caso de seguir queriéndolo la gente.
Es posible que ni Arnie ni él llegaran a verlo, pero otros sí. No hay fuerza capaz de contener el mar hasta la eternidad. Y eso lo saben hasta los bandoleros…
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