Es no tener más argumento para defender lo propio que recordar lo malo ajeno.
Parece que ésta es la consigna y lo comprendo. Si yo fuera miembro del consejo más vacuo de la historia de la Real y tuviera que sentarme ante un teclado para defender lo que no tiene defensa, sólo podría agarrarme al repaso histórico de las muchas cosas que se han hecho mal.
Pero si tuviera que defender con argumentos reales la postura del excelso líder, me quedaría parado ante la pantalla sólo un momento y después cambiaría de programa para redactar mi carta de dimisión. Porque si no cobro, si tengo que firmar cartas de despido de trabajadores que llevan de cinco a treinta años en el Club -ojo, que hablo de trabajadores de una empresa- si no creyera en lo que se hace y fuera testigo directo de los despropósitos del presidente, me preguntaría: ¿qué se me ha perdido aquí aparte de unas migajas de popularidad barata teñida de servilismo?
Y me iría a mi casa.
Antes de que mi nombre quedara grabado a fuego en el recuerdo de tantas y tantas personas perjudicadas, insultadas, denostadas, despreciadas, en el de todos los amantes de un Club que es emblema de mi provincia, en jugadores, socios y accionistas.
Antes de que mi nombre quedara unido para siempre a un tal Badiola -¿por nada?- me iría a mi casa.
Y antes, pediría perdón.