por el que quiera el Sab Sep 18, 2004 10:32 am
Si el valenciano es idioma oficial de la Comunidad de Valencia reconocido en su estatuto, incluirlo en la ridícula petición babeliana de Moratinos es de justicia. Quiebra del catalán, dicen los que mandan, es decir, los de Carod. Alguna diferencia habrá. Lo mismo sucede con el mallorquín y el aranés. En el valle de Arán lo que más divierte a los del lugar es hablar su idioma y que no lo entienda el resto de los catalanes. Y en la isla de Mallorca existen tres fórmulas diferentes para aplicar el artículo determinado masculino singular. «El pino» se puede decir «el pi», «sa pi» y «lo pi». Para eso están los lingüistas y filólogos, no los políticos. Si están consideradas lenguas oficiales de España, el catalán, el valenciano, el gallego y el vascuence, o todas o ninguna. El vascuence o euskera no es un idioma específico y ordenado como tal. Lengua oral y no escrita hasta finales del siglo XVIII se divide en siete dialectos que rompen su unidad. El vizcaíno, el guipuzcoano, el alavés, el roncalés, el bajonavarro, el suletino y el laburtano. Para «normalizarlo», los nacionalistas no han hecho otra cosa que españolizarlo al máximo, para así entenderse, y se han inventado el «batua», que es el euskera oficial de hoy, cuyo rigor nada desmerece del que impulsó la creación del «spanglish» que se habla en algunos lugares de Norteamérica y los caribes. Nada hay de vejatorio en lo que escribo, ni intención de molestar, que es la que ha tenido Carod-Rovira al comparar el valenciano con el riojano y el andaluz. En algunos espíritus románticos y secesionistas de Aragón, ha crecido el interés por «la fabla aragonesa», y en Murcia se habla el panocho, que está a más distancia del español o castellano que el catalán, por poner un ejemplo consistente. El que escribe puede entender sin dificultad una conversación en catalán, pero en panocho murciano no sé de qué va la cosa. Y tenemos el bable asturiano, que no es moco de pavo, y el idioma de los guanches, y como estaba claro que éramos pocos, parió la abuela, y nos hemos enriquecido con el egrabrense de Carmen Calvo, que para decir «los álamos» pronuncia «lo álama» y «fransá» en lugar de «francés». Riqueza infinita de idiomas, dialectos, jergas y sonidos que demuestran la riqueza lingüística de España.
Pero esa demostración no nos autoriza a volver locos a los europeos. En el Parlamento Europeo no pueden entrar todos los idiomas minoritarios de Europa. Un romano y un napolitano pueden estar seis horas hablándose, pero no seis horas comprendiéndose. Todo este lío es consecuencia de los pactos de Zapatero y mucho me temo que al final las cosas se van a quedar como están. Días atrás, un parlamentario europeo de «Esquerra Republicana», al no poder utilizar el catalán en el Parlamento, lo hizo en alemán. En un alemán terrible que divirtió una barbaridad a sus colegas alemanes. Mientras se cumplían las normas en el Parlamento Europeo, en el Congreso de los Diputados de España, presidido por la simpar estalinista catalana acomodada en el PSOE Carmen Chacón, se le autorizó a un carodín a intervenir en catalán. Y me pregunto, desde la mejor intención y sin ganas de enredar, si todo esto de las lenguas autonómicas y regionales lo van a asumir en Europa. Y me respondo que no, porque en pocas décadas, en la misma Europa, los idiomas oficiales se reducirán a tres o a cuatro, y entre ellos no va a figurar ni el catalán, ni el valenciano, ni el gallego ni el vascuence, o euskera o batua. Todo esto sirve exclusivamente para marear la perdiz y así conseguir que Zapatero quede bien con sus socios independentistas en Cataluña, aunque el tiro le haya salido por la culata con el valenciano.
Tanto horizonte, tanta modernidad, tanta Europa, y lo que presentamos es paletería, antigüedad y aldea. El catalán es un bellísimo idioma que hablan muy pocos y afortunados españoles. El valenciano, lo mismo, como el gallego y el vascuence. Pero la influencia y la expansión de las lenguas no está en manos de los entusiasmos locales. El chino, el inglés y el español se están adueñando del mundo, y no por culpa de Aznar. Si en España aceptamos nuestra pequeña babel, no incordiemos a nuestros socios europeos. Por un principio elemental de buena educación.